Descripción emotiva: "Mi lugar en el mundo"


Para terminar (de momento) con la descripción de lugares, vamos a tratar de hacer una descripción en la que además expresemos emociones.

Así que vais a pensar en un lugar vinculado a alguna o a muchas emociones, y eso, claro está, ya depende de vosotros. Puede ser vuestra habitación, donde os pasáis horas, tenéis vuestras cosas y vuestro espacio; puede ser la casa de los abuelos; el lugar al que vais de vacaciones; la casa donde vivíais de pequeños; un parque, un rincón del campo donde os reunís  (u os reuníais) con vuestros amigos... o también un lugar que despierte emocione negativas que tal vez os  apetezca desahogar, porque en él os ha sucedido algo o por el motivo que sea. O incluso un lugar soñado, imaginado, deseado, al que llegar con la imaginación o al que os gustaría llegar en el futuro.

Se trata de que hagáis una descripión emotiva, o sea, una descripción subjetiva que sirva para que nos hagamos una idea clara y precisa de ese lugar, pero también de las emociones qie os despierta (alegría, nostalgia, ilusión, felicidad, tristeza, miedo, nerviosismo, seguridad,...) y que habéis vivido en él.

 Para ello:
  • Recordad los pasos necesarios para hacer una buena descripción (observar, seleccionar, ordenar, y solo entonces, escribir), 
  • Como siempre, tened en cuenta el Decálogo para escribir buenos textos, 
  • Recordad tambíen que tenéis a mano un montón de recursos estilísticos para hacer vuestra descripcion emotiva, y que el lector conecte con esas emociones que en vosotros provoca el lugar (metáforas, comparaciones, adjetivos, anáforas, antítesis, hipérbatos...).

Y para romper el hielo, y que veáis como podria ser una descripción emotiva (aunque teneís total libertad, y la vuestra puede ser distinta, porque cosas hay tan personales e intransferibles como las emociones), aquí os dejo la de mi lugar en el mundo: mi habitación en la casa de mis padres.

Una habitación para volver

Nos mudamos a esta casa cuando yo tenía 17 años, y estaba a punto de irme a estudiar fuera, así que mi habitación en ella fue casi desde el principio la habitación a la que volver. La casa era grande, enorme, de piedra, con todos los suelos de madera oscura y brillante, los techos altos, las paredes (todas, entonces) blancas. Y mi habitación estaba en el piso superior, al fondo de un largo pasillo que permitía descubrirla poco a poco, porque ella empezaba también por un pequeño pasillito tras el cual aparecía una estancia cuadrada, con un armario empotrado de tres puertas, en madera oscura como el suelo, y al fondo, una galería blanca sobre el Parque en el que estaba la casa.
Si cierro los ojos, e incluso sin cerrarlos, puedo recordar todavia las horas pasadas en aquella galería, desde la que se veía no sólo el parque, con su gente y su trasiego, sino también el castillo que presidia el pueblo en el que yo vivía, disfrutando del sol y la luz, entretenida con lo que fuera: una revista, un libro, una canción, o la pereza de simplemente pensar. Recuerdo también las noches de Junio, exámenes y calor, año tras año, cada vez mayor, estudiando con la galería abierta y el murmullo de la fuente del parque arropando el esfuerzo y el cansancio. Y recuerdo también todas aquellas noches de luces, música y diversión que empezaban siempre arreglándome para salir en mi habitación.



Mi habitación tenía pocos muebles, muy clásicos y oscuros: una cama con cabecero y una mesilla en la pared contigua a la puerta, un escritorio a juego en la pared opuesta al armario, con cajores de tiradores metálicos (como los de la mesilla) y una pequeña estantería encima. Nunca llegó a tener ni lámpara ni cortinas, pero enseguida la llené con mis cosas: un pequeño baúl de mimbre para guardar zapatos, que puse a los pies de la cama; y  pósters en las paredes, que cambiaba según iban pasando los años, los gustos y las modas (pasé de los Pierrots y Colombinas, a Charlot,  James Dean, la muchacha en la ventana de Dalí,  la habitación de Van Gogh, o el "más vale morir de pie.."del Che Guevara...). Había también peluches grandes y pequeños que sobrevivieron al fin de mi infancia, cajitas llenas de todo y de nada, un pequeño aparato de música, una estantería de pared que puse al lado del armario empotrado y que fui llenando con libros, carpetas de apuntes, mis primeros y escasos Cds y muchas cintas de cassette grabadas con la música que sonaba perenne, desde que me levantaba hasta que me acostaba.
 Y más cosas metí, claro: recuerdos, muchos recuerdos con los que me reencuentro cada vez que vuelvo. Tardes de confidencias con amigas, noches de sueño e ilusión, días de nervios e incertidumbres.... Porque enseguida fue mi habitación el lugar al que volver: desde Santiago cuando estudiaba la carrera, de los exámenes de oposición, de los distintos destinos que tuve desde entonces, desde mi propia casa cuando por fin la tuve, y ahora, desde los más de 700 kilómetros que me separan de ella pero que no son nada para el corazón. Ni para la nostalgia.

Comentarios

fotografia 360 ha dicho que…
Me encantó este post!

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