"Los santos inocentes": la denuncia social y la imagen de la España rural
La obra plantea claramente una situación de injusticia social, especialmente dolorosa por la sumisión con que es aceptada. Esta injusticia se configura por la lealtad sin límites y la obediencia ciega de los trabajadores de la finca, que contrastan con la arrogancia, la chulería y el egoísmo del señorito, interesado únicamente por la caza y su propia satisfacción. Delibes pretende así denunciar los abusos de los caciques frente a los humildes campesinos: los señores son explotadores, mientras los pobres sobreviven entre la miseria, la incultura, la pobreza, el desamparo y la inseguridad
Así, la rebelión final de uno de los sometidos aparece casi justificada como reacción lógica a esa injusticia, configurada por muchos elementos que se van acumulando a lo largo de la novela y haciendo la distancia entre amos y siervos cada vez más grande, tanto por el modo de vida de unos y de otros, como por el desprecio que muestran los primeros. Esta injusticia se percibe de forma elocuente en todos los abusos que cometen los amos a lo largo de la novela.
Al señorito de La Jara donde sirve Azarías no le importa cuando este sale o entra del cortijo, no sufre cuando muere la milana, lo expulsa por hacer lo mismo que había hecho siempre. Cuando Paco el Bajo intenta que rectifique la orden de expulsión, el señorito le dice: “Todo lo que tú quieras menos levantarme la voz”. El señorito Iván expresará constantemente esel mismo desprecio hacia los sirvientes o sus competidores en la caza.
Las ilusiones que Paco tenía depositadas en la Nieves se esfuman cuando es obligada a servir en casa de don Pedro; el mismo Paco debe ir a una batida a pesar de que está impedido, y vuelve a recaer por querer hacerlo bien.
Acabar con esa injusticia no es fácil por la ideología conservadora e inmovilista que muestran los señoritos (“el que más y el que menos, todos tenemos que acatar una jerarquía, unos debajo y otros arriba, es ley de vida”) y por la sumisión con que la aceptan los inocentes:
Azarías sustrae los tapones de las válvulas de los coches de los invitados por si algún día las necesitan sus señoritos. Paco acepta resignadamente todo lo que le proponen: la imposibilidad de que su hija se eduque, la presencia de Azarías en su casa, la Niña Chica que le anula sexualmente, la paupérrima propina que el señorito le da tras las cacerías, la ayuda paternalista de la señora, la exhibición del episodio de la firma, trata de ocultar los amores del señorito con doña Purita… todas sus acciones son muestra de extrema sumisión. La Régula está dispuesta a cumplir con lo que le manden: abrir el portón, limpiar la entrada al cortijo, etc. Sólo el Quirce manifiesta un principio de rebeldía: su silencio y displicencia enfadan al señorito.
La sumisión de los humildes parece favorecida por la estructura cerrada del latifundio y por la ignorancia en que de forma consciente se mantiene a los humildes, y será esta situación generalizada de injusticia lo que convertirá en inevitable la rebelión trágica, aunque esta no sea “política”, de clase, sino individual: un discapacitado intelectual comete un crimen por algo que le han hecho a él y que le afecta a él solo. Azarías llega al crimen porque una pasión (la de la caza del señorito Iván) choca con otra pasión (el amor de Azarías por la milana). Para el lector, este crimen aparece como un acto de “justicia natural” exento de culpabilidad (lo comete un discapacitado), que constituye un resarcimiento de todos los humildes por las injusticias sufridas. El relato trata de una rebelión, es cierto, pero de la “rebelión del inocente”. Este inocente, Azarías, es una persona irresponsable; por consiguiente, se presenta ante el lector como no culpable (el sentido del título es bastante clarificador), a pesar de haber ajustado las cuentas (o quizás por eso no es culpable) con quien ha transgredido las leyes naturales.
El señorito Iván fue advertido con tiempo suficiente, y no atendió la voz angustiosa y desesperada de un infeliz («¡no tire, señorito, es la milana! [...] ¡señorito, por sus muertos, no tire!»). La venganza es definitiva, porque el daño (¿a qué “crimen” se refiere Delibes con el título del libro sexto, al que comete Iván o al que comete Azarías?) es irreparable y el desdichado «sentado orilla una jara, en el rodapié, sostenía el pájaro agonizante entre sus chatas manos, la sangre caliente y espesa escurriéndole entre los dedos, sintiendo, al fondo de aquel cuerpecillo roto, los postreros, espaciados, latidos de su corazón, e, inclinado sobre él, sollozaba mansamente, milana bonita, milana bonita”.
En el alcance social de la novela es muy importante la ideología de Delibes, quien afirmaba que en esta novela “no hay política”, no puede considerarse como un alegato político. Delibes no ataca a las estructuras sociales o al sistema político, sino a cuanto este tiene de deshumanizador y de injusto. La novela es una “denuncia moral” de una situación. Y en esta denuncia es muy importante la conciencia cristiana de Delibes, que estaba teñida de preocupación social, es decir, no separa la conciencia cristiana de la conciencia social. Delibes esperaba mucho del espíritu renovador del Concilio Vaticano II (que defendía un cambio en el papel de la Iglesia): el amor al prójimo necesitado, la dignificación de la persona, etc. Precisamente en el tiempo del Concilio se sitúa la novela.
La novela se desarrolla en un latifundio, una gran extensión de terreno, propiedad de una sola persona que generalmente no vive en él, y encarga a otra persona de su confianza su mantenimiento y explotación. Allí vivirán una serie de criados en unas lamentables condiciones de vida, marcadas por la pobreza, las carencias y la falta de instrucción, mientras los dueños utilizan muchas veces el latifundio para sus fiestas, cacerías y diversiones. Delibes subraya sobre todo esta diferencia entre el modo de vida de siervos y señoritos, que viven habitualmente en la ciudad, poseen grandes vehículos, se relacionan con la nobleza y altos cargos políticos, y acuden al latifundio solo de vez en cuando, mostrándose completamente despreocupados por sus siervos, y de ahí que a veces se sorprendan al descubrir su miseria (como le ocurre a la señorita Miriam).
En la novela se refleja también la arraigada conciencia de propiedad de los señores, que afecta no solo a la tierra, sino también a los hombres que la habitan y les sirven.
El señorito Iván tiene como secretario en la caza a Paco el Bajo, al que trata casi como a un animal, lo va puliendo y, cuando va para viejo, busca un sustituto. Tras el accidente lo lleva al médico, quien le dice: “tú eres el amo de la burra”, expresión que viene a confirmar esta convicción; tan arraigada tiene esta conciencia de propiedad que no le importa humillar a su hombre de confianza, don Pedro, el Perito, arrebatándole a su esposa.
Los “inocentes”, por su parte, carecen de todo (no tienen la propiedad de la tierra ni de la casa donde viven; no pueden decidir sobre el futuro de sus hijos…) y muestran una actitud de resignación frente a la jerarquía que les oprime: ellos están abajo, los señoritos están arriba. Por ello, aceptan la caridad de los amos (la limosna de la señora Marquesa, la propina del señorito Iván) y se muestran orgullosos cuando son objeto de sus preferencias (Paco como secretario). Es decir, muestran una conciencia de vasallaje, de contrato no firmado de fidelidad y sumisión a su señor. Tanto la conciencia de propiedad como la de vasallaje son asumidas como algo natural por los personajes.
Esta oposición entre señores y sirvientes (ostentación frente a miseria, prepotencia frente a sumisión, abuso frente a resignación, degradación de la naturaleza frente a arraigo en ella) conduce a la incomunicación absoluta, que estalla en el desenlace de la novela: el señorito Iván dispara a la milana como un signo más de propiedad, y la reacción de Azarías es una muestra del valor qué él le da a lo poco que posee, y que le lleva de forma casi natural a la violencia como consecuencia de esa incomunicación absoluta.
Hay varios factores que actúan como barreras creadas por los poderosos para hacer imposible el acercamiento entre opresores y oprimidos.
- El más importante es la falta de instrucción: la educación es concebida por los señores como una forma de caridad (en la campaña de alfabetización promovida por la marquesa) solo para calmar su mala conciencia. Conciben la cultura como mera alfabetización (lo cual queda claro en el patético episodio de las firmas).
- También actúa como barrera la religión. Y así, la Primera Comunión de Carlos Alberto será una fiesta al servicio de los aristócratas, a la que no pueden asistir los humildes, y cuando la Nieves diga que quiere hacerla todos se escandalizan, aludiendo a su falta de preparación o culpando al Concilio..)
Os dejo un guión del epígrafe en el que tenéis esquematizadas las ideas fundamentales que deberéis aplicar (y desarrollar) al fragmento de la obra que se os proponga en el examen.
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