Historias del Renacimiento: la narrativa en prosa y el Lazarillo
Durante el Renacimiento (que por algo es el primero de nuestros siglos de oro) la prosa conoció un período de esplendor, tanto por la cantidad como por la calidad. Por una parte, fue el género más beneficiado por la aparición de la imprenta, que le proporcionó una verdadera eclosión; por otra,, vinculadas al Renacimiento están dos de los títulos más importanes de la narrativa española de todos los tiempos: el Lazarillo de Tormes y el Quijote, que aunque recoge el espíritu renacenstista y es un compendio de todas las formas narrativas del XVI, muestra ya en su fondo y en su forma mucho de lo que será el Barroco (por algo aparece publicado ya en el XVII).
Los relatos típicamente renacentistas son un conjunto de géneros idealistas que no reflejan la realidad española del XVI. Libros de caballerías (que habían surgido en la Edad Media, pero se convierten ahora casi en un fenómeno de masas, como refleja el Quijote), pastoriles, bizantinos y moriscos hablaban de grandes asuntos (el amor, el heroísmo, las aventuras emocionantes o exóticas), protagonizados por personajes-tipo, idealizados y planos en una sarta de aventuras que podían (y solían) prolongarse en sucesiones interminables de entregas. Son estas historias las que responden a ese idealismo y ese optimismo que caracteriza al movimiento.
Y sin embargo en España, a mediados de siglo, aparece una obra muy diferente, centrada en los aspectos menos agradables de la realidad cotidiana: la historia de un niño que al servicio de distintos amos pasa por toda clase de penurias para terminar en la misma miseria y deshonra en la que nació y a la que la sociedad en la que vive parece empeñada en condenarle. Es el Lazarillo de Tormes, obra de un autor anónimo, que quizás por su influencia erasmista no quiso jamás, a pesar del éxito inmediato de la obra, revelar su identidad para evitarse problemas con la Contrarreforma y uno de sus brazos ejecutores más temidos: el tribunal de la Santa Inquisición, que lo incluiría a finales de siglo en su índice de libros prohibidos.
Y todo este panorama se sintetizará genialmente en el Quijote, obra de un cabellero frustrado que empezó a escribirlo como una obra menor, graciosa, y con un fin muy concreto (acabar con lo que parodiaba: los libros de caballerías que consumían habitualmente los lectores del XVI), y al que le salió casi sin querer la que muchos consideran la primera novela moderna, y la que es indiscutiblemente la novela más importante e influyente de todos los tiempos y todas las letras. Ese caballero que vio frustradas sus aspiraciones militares en la batalla de Lepanto, que le dejó manco, era Miguel de Cervantes, que cultivó todos estos géneros buscando en las letras la gloria que no consiguió en las armas.
Pero de eso hablaremos en unos días. De momento, este es el panorama de la narrativa del XVI:
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