Gerardo Diego: vida, obra y legado


 Nació en Santander en 1896, en el seno de una familia numerosa. Sus padres eran propietarios de una tienda de tejidos y muy religiosos. Se aficionó muy pronto a la literatura. Estudió Filosofía y Letras en Deusto, Salamanca (donde conoció a Unamuno) y Madrid, y en Bilbao conocerá Juan Larrea, con el que se acercará a Huidobro, padre del Creacionismo, y a las Vanguardias francesas.

Ya en 1920 consigue la plaza de catedrático de Lengua y Literatura españolas ante un tribunal presidido por Dª Emilia Pardo Bazán, y a lo largo de su vida impartirá clases en institutos de Soria, Gijón, Santander y a Madrid, y aquí permanecerá en el mismo instituto al que llega en 1939  hasta que se jubile en 1965.

Su intensa actividad cultural le hizo viajar mucho por lugares como Sudamérica, Francia o Filipinas y a mantener estrechas relaciones con intelectuales y escritores como Ortega y Gasset, César Vallejo, Moreno Villa y, por supuesto, los que serán sus compañeros poetas de la Generación del 27. En 1925 recibe el Premio Nacional de Literatura por Versos humanos, premió que compartió con el Marinero en tierra de Rafael Alberti. Participó en tertulias literarias, asambleas y cursos, y en uno de esos cursos, en 1929m conocerá a la por entonces una joven alumna, Germaine Marín, con la que se casa en 1934. La pareja tendrá seis hijos y permanecerá unida hasta la muerte del poeta.

Además de profesor, fue un gran conferenciante, traductor y crítico literario y musical (era muy aficionado a la música, y daba conferencias-concierto que él mismo acompañaba al piano). También escribió sobre pintura y toros, a los que era muy aficionado., y participó activamente en las principales revistas en las que también publicaron otros poetas del 27, llegando a fundar y dirigir algunas (como Carmen y su suplemento Lola), y ya en la posguerra, tendrá un espacio en Radio Nacional de España sobre poesía.

Diego jugó un papel fundamental en la formación y consolidación de la Generación del 27 como tal: fue uno de los impulsores más activos de los actos conmemorativos de homenaje a Góngora en el tercer centenario de su muerte -que terminaría dando nombre al grupo poético-, introdujo en España la obra de poetas vanguardistas y publicó una famosa antología de 1932 titulada Poesía española que incluía, junto a nombres consagrados, los de los por entonces jóvenes poetas del 27.

Sin embargo, la Guerra Civil supondrá su separación de sus compañeros de Generación y de otros poetas vanguardistas, como el ultraísta Juan Larrea, ya que Gerardo Diego, a diferencia de lo que hará la mayoría de esos poetas, se posicionará del lado del bando nacional, a causa de su profundo cristianismo, según él mismo llegará a explicar. Tras la Guerra permanecerá en España manteniendo su actividad docente, cultural, crítica y literaria, y publicará en revistas propias de la poesía “arraigada” (afín al régimen franquista) como Garcilaso, aunque su figura será una influencia fundamental para muchos poetas posteriores, incluso de la "poesía desarraigada", como José Hierro.

En 1948 ingresa en la Real Academia Española, en 1956 vuelve a recibir el Premio Nacional de Literatura y en 1979, el Premio Cervantes, compartido con Jorge Luis Borges. Morirá en Madrid en 1987.

OBRA: ENTRE LA TRADICIÓN Y LA VANGUARDIA

Como hemos visto, Gerardo Diego fue amigo de poetas vanguardistas como Huidobro y Larrea, pero también un gran conocedor de los clásicos de nuestra literatura, aspecto en el que influyeron decisivamente sus estudios. Y así, como muchos de sus compañeros de generación, Gerardo Diego conjugará tradición y vanguardia a lo largo de su trayectoria poética, y en su obra, más que etapas (en un mismo período encontramos obras vanguardistas y tradicionales), son perceptibles dos grandes tendencias o facetas, la tradicionalista y la vanguardista, que el propio Gerardo Diego etiquetó y describió, hablando de dos tipos de poesía en su trayectoria, alternativos y a veces simultáneos:

"...una poesía relativa, esto es, directamente apoyada en la realidad; y una poesía absoluta o de tendencia a lo absoluto, esto es, apoyada en sí misma, autónoma frente al universo real del que sólo en segundo grado procede." 

Él mismo dejo testimonio de la consciencia de esa oscilación entre una poesía clasicista y una poesía radicalmente vanguardista, que parecía sorprender incluso a sus coetáneos:

«[…] empezaban a funcionar a la vez los dos Gerardos Diegos: el Gerardo Diego revolucionario y el Gerardo Diego clásico. El Gerardo Diego clásico, con toda la tradición que yo tenía de la escuela montañesa […] y de mi formación humanística en la Universidad y mi lectura constante de los clásicos y mis estudios para las oposiciones a cátedras, y mi gusto, además, por lo sentimientos tradicionales, religiosos y familiares. Pero, por otro lado, veía la necesidad de una aventura en busca de una poesía completamente distinta, en relación con el cubismo y con las formas más avanzadas de arte plástico y de la música […] Ni Larrea, ni Montes, ni Vicente Huidobro comprendían cómo yo, el mismo día que escribía, a lo mejor, un poema de intención creacionista o simplemente un disparate ultraísta sin saber exactamente qué quería hacer, escribiera un soneto, o escribiera un romance sentimental o escribiera una poesía a la Virgen María, eso no lo entendían. Pero a mí me parecía eso tan normal que lo he seguido haciendo toda mi vida».

Y aunque no podamos hablar de etapas estrictamente, los libros experimentales abundan más en su primera época, predominando al final los moldes tradicionales.

Así pues, en su obra vamos a encontrar dos grandes facetas, tendencias o tipos de poesía:

  1. Una poesía vanguardista, experimental, irracionalista, influida por el Ultraísmo y el Creacionismo, que él denominó “poesía absoluta”  (el Gerardo Diego "revolucionario") y trata de crear nuevas realidades. A esta línea corresponden sus libros Imagen (1922), Manual de espumas (1924), Fábula de Equis y Zeda, (1932) y Poemas adrede (1932).  En estas dos últimas obras funde el influjo gongorino con el Creacionismo, a través de metáforas brillantes e ingeniosas asociaciones de ideas.
  2. Una poesía tradicionalista y clásica, que él denominó “poesía relativa”, (el Gerardo Diego "clásico")  una poesía apoyada en la realidad de forma más directa, y que constituye el bloque poético más importante y reconocido: una poesía de circunstancias, en donde no se trata de crear nuevas realidades, sino de expresar las ya existentes, utilizando con habilidad y maestría formas métricas tradicionales como el romance o el soneto, que conjuga con la modernidad del lenguaje. A ella pertenece su primera obra, El Romancero de la novia, de 1918, Versos humanos (1925), Alondra de verdad (1941) y Ángeles de Compostela (1936, pero ampliada en 1961).

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